9.11.09

AMOR IMPUNTUAL

Y vino a casa... Era la primera vez que venía. Tenía puesto un jogging negro, remera blanca y zapatillas. El pelo súper recogido y un ganchito de esos que muerden el pelo. Como si hubiese venido del gimnasio, no estaba en absoluto producida para la ocasión. Por ahí, a esta altura, ya había notado que así, es como mas me gusta. Entramos y nos despojamos de todas las cosas que uno trae consigo cuando viene de la calle. Llaves, lentes, billetera, cartera, celular. Empezamos a conversar, algo tibios, distantes. Le pregunté si había cambiado el celular, cuando dejó sobre la mesa uno que no era el que conocía yo. Hizo un silencio mínimo y respondió medio al pasar (cuando hace eso, se que la respuesta involucra al tipo). Le ofrecí todo lo que tenía en casa para tomar, pero ella solo me pidió un vaso de agua. Quizás porque realmente tenía ganas de tomar agua, o quizás para quebrar un poco la situación y no negarse a todos mis ofrecimientos. Agua los dos. Nos sentamos en el sillón. Ella en una punta, yo en la otra, su cartera en el medio. Como si hubiese la necesidad de mantener un hilo disyuntivo entre ambos. Charlamos bastante. Me contó que ir a la psicóloga le hacía bien. Me contó que había estado internada por no se que cosa del estómago. Que quería cambiar de trabajo. Me comentó acerca de unos trámites que había hecho a lo largo del día. Yo hablé de la facultad, de los planes que tengo para terminarla el año que viene. Y no mucho más. La escuché mucho. Seguramente porque me gusta sobremanera su voz y como habla. La noté bastante bien. Mejor que las últimas veces.
Después de un rato de mantener las cosas en su lugar, atiné a darle un beso, algo tímido. Me histeriqueó un poco, me abrazó y me regaló su cuello. De pronto y sin demasiados preámbulos, estaba sentada sobre mis piernas. Sin más, experimentamos de una manera esquizoide el más intenso de los encuentros. Nos miramos zarpado. Casi hipnotizados. Nos besamos muy sutilmente, como si estuviéramos probándonos. Como quien degusta algo que jamás comió. Apenas un leve contacto entre nuestros labios, casi sin hacer uso de nuestras lenguas. Al segundo, nos estábamos mordiendo en intentos caníbales por arrancarnos la carne, bañándonos de tibia saliva por donde fuera. Nos recorríamos la piel apenas con las yemas de los dedos, suaves, tiernos, cariñosos, como si nuestros cuerpos estuvieran envueltos en braile, leíamos todo lo que estaba sucediendo. Al segundo, nuestras manos se transformaban en garras que buscaban comprimir y desgarrar esa piel, ciegas de deseo. Nos desvestimos como si estuviésemos desactivando una bomba. Apenas intentábamos encontrar la desnudez, apenas unos intentos por llegar debajo de la ropa. Al segundo, ese tinte dulce y monocorde, se transformaba en la ansiedad de un niño al abrir un regalo en Navidad. La ropa, así las cosas, nos duró un pestaneo. Nos tocamos, nos besamos, nos chupamos, nos lamimos, nos respiramos y nos metimos en esa burbuja maravillosa en la que coger y hacer el amor es lo mismo. En la que mi piel no es mas mia, sino de ella y la suya, mia. En la que mi alma solo le pertenece y la suya, al parecer, también a mi. Esa burbuja, hace que todo sea perfecto, hace que todo alcance y sea suficiente. Es nuestro mundo. Un mundo extremadamente mínimo. Pero nuestro al fin. Hicimos todo y mas, siguiendo con ese comportamiento esquizoide, fruto de las ansias acumuladas por el tiempo transcurrido sin vernos. Me regaló sin saberlo, puñaladas en el corazón en palabras como “mi amor”, “te extrañé”, “te amo”. Le devolví todas y cada una, porque en esos momentos, todo está permitido, todo vale. Obvio, no siempre devolví. Fueron muchas las que yo dije sin antes haber recibido nada.
Mientras duró, la amé con el alma. Mientras duró, amé todo lo que hicimos. Mientras duró, amé todo lo que dijimos. Mientras duró, morí de amor entre sus piernas. Creo, que en ese momento fui correspondido. En ese momento, me hizo sentir el amor de su vida, el tipo por el cual dejaría todo. Me hizo sentir que si tuviera pelotas, me elegiría para toda la vida. Mientras duró, me hizo sentir que me amó con todo lo que tiene, que moría en cada beso, en cada caricia, en cada todo. En ese momento nos imaginé juntos, envejeciendo, viendo a mis hijos y a los nuestros, disfrutando de las cosas mínimas de la vida, riendo y llorando, amando. Lastima que duró solo hasta que tuvo que irse. Ojalá hubiera durado toda la vida…Pero no, es solo un amor impuntual.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me saco la galera!!! escribis muy lindo Sr. M! Conociéndola a ella, que ruido que le haces en la cabeza......